Deslizándose el pincel
por el rubor de tu cara
la ternura se derrama
hasta descubrir tu piel,
dorada como la miel,
transparente como el alba,
que en mil destellos desata
en el viento los colores,
fraguando los resplandores
de mil hilillos de plata.
Desde el brillo de tus ojos
un puente se precipita
de miradas infinitas,
en infantiles manojos
de risas y en cariñosos
resplandores amarillos,
como cantos de chiquillos
en las tardes de verano,
cuando palpitan sus manos
marcando todos los ritmos.
Rasgos que iluminan soles
bajo tu manto tejido
por las hebras del rocío
pintadas por los colores,
cálidos y soñadores,
de tu inocencia de niño.
Miro tu expresión y un guiño
parece que se dibuja
mostrándome tu figura
complicidad y cariño.
(Ana María Gregorio)
martes, 9 de febrero de 2010
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